jueves, 3 de noviembre de 2022

Paz

 Si hay un momento en la eucaristía que me causa algo de "angustia" desde siempre es el momento de dar la paz. Eso de girarte y extender la mano. "La paz sea contigo y con tu espíritu". La sensación de que te vas a girar a tu igual y no te la van a devolver, que te van a dar la espalda. La sensación de que no compartes nada con ese desconocido, mientras ves como amigos y familiares se abrazan con cariño.

La pandemia y la "prohibición" de contacto, me "alivió". Ahora solo había que mirar, inclinar la cabeza y sonreír con los ojos. Encontré más caras amigas, más sonrisas con los ojos. Mano en el pecho e inclinación. Quizá más sinceridad. Más gente igual.

Y de repente pasó. Vi mi tontería, si ya no hay gel hidroalcohólico, si ya no hay mascarillas... ¿Cómo negarle la mano al de mi lado? a mi igual. Y así, de forma natural, sin mascarilla y riéndome de mi misma por rechazar una mano, extendí mi mano diciendo ¿¡cómo no!? La paz.

Y entonces sentí la calidez y la cercanía a mi hermano de banco y del del banco de delante. Nos miramos sonriendo, diría que un poco tímidos al extender la mano. Y es que ese gesto nos ha acercado siempre, más de lo que yo pensaba. Y entonces esa celebración comunitaria cobró todo el sentido.

¿Quién me iba a decir que un simple gesto de tender la mano, iba a hacerme sentir tan reconfortada? Esa calidez del de al lado. Esa cercanía en Cristo.

Desde aquí animo a recuperar esos detalles y esos gestos con el de al lado. ¡Cuánto echaba de menos la cercanía de una mano amiga!