jueves, 26 de enero de 2023

La eternidad

¿Habéis visto Black Mirror?

Yo estoy en ello. Es una serie que me remueve un montón. Me incomoda y me hace pensar.

Hace unos días vi el capítulo llamado San Junípero. Un amigo me dijo al comentarselo: "El capítulo de cielo digital". Y yo me extrañé porque algo tan "obvio" como entender que se trataba de un "cielo digital" para mí no lo era. Para mi era una realidad paralela, tipo Matrix, conectada a unos servidores que si se apagan, se acaba.

Es que no concibo un cielo donde no esté Dios. No concibo una eternidad sin Él. Tampoco soy capaz de vivir un presente donde no esté Él. Eso tan de San Ignacio de Loyola, hallar a Dios en todas las cosas. De eso se trata ¿no?.

¿No venías a hablar de Black Mirror? Sí, ahora retomo. Es que no es que yo quiera ver la serie desde la perspectiva del evangelio, es que mi vida está enfocada en Dios de forma natural. No es que quiera ponerme unas gafas de fe, otras de perspectiva de género, otras de análisis migratorio. Es que no puedo separar la fé de mí, como si fuera una faceta más de mi vida. Es un todo en mí.

Y después de esta aclaración, retomo.

A mi lo que verdaderamente me llamó la atención del capítulo fue la eternidad.

(Disclamer: Quizá eso es lo bonito de la vida y el evangelio, que cada cual lo vive desde su punto de vista y desde su momento actual, lo que hace que sea nuevo cada vez que lo escuchas y que pongas el foco en cosas que no te hubieras planteado en otros momentos)

Retomo.

Vamos a obviar del capítulo estas teorías del cielo digital y demás cosas. Lo que verdaderamente me llamó la atención fue que los que vivían en San Junípero se extrañaban de que la protagonista no conociera un lugar concreto y que al mismo tiempo le recomendaban no conocer entonces.

Lo que se encuentra en ese lugar son "almas" sedientas de sentir, que en esa escalada en la que parece que dejan de sentir, buscan emociones más fuertes, quizá placer. En la que todo da igual porque no existe la muerte y todo vale. Pierden esa "humanidad" que tenían. Quizá es el último sitio donde poder sentir algo, lo que sea.

Ese lugar contrasta con la inocencia de la protagonista, que lejos de dejar de sentir, empieza a sentir, quizá porque lleva mucho tiempo sin sentir. Pero vengo a hablar de la eternidad de los demás, no de ella. (Es que da para tanto este capítulo...)

¡Qué triste esa eternidad! Esa en la que has experimentado todo y estás harto y solo quieres volver a sentir lo que sea, a costa de ti mismo. Eso me hizo recordar otra serie fantástica: The good place. Donde también parece que la eternidad supone una pérdida de la ilusión y la emoción. Pero en este caso la eternidad la hacían finita, cuando estuvieras preparado podías abandonar la eternidad.

Hace años, me leí la Encíclica Spe Salvi de Benedicto XVI y entre las cosas de las que trata, está la definición de vida eterna. Y yo creo que me marcó tanto, que ya no la concibo como otra cosa. Aquí os dejo entonces las palabras de mi querido BXVI:

"¿qué es realmente la « vida »? Y ¿qué significa verdaderamente « eternidad »? Hay momentos en que de repente percibimos algo: sí, esto sería precisamente la verdadera «vida», así debería ser. En contraste con ello, lo que cotidianamente llamamos « vida », en verdad no lo es. Agustín, en su extensa carta sobre la oración dirigida a Proba, una viuda romana acomodada y madre de tres cónsules, escribió una vez: En el fondo queremos sólo una cosa, la « vida bienaventurada », la vida que simplemente es vida, simplemente « felicidad ».
La expresión « vida eterna » trata de dar un nombre a esta desconocida realidad conocida. Es por necesidad una expresión insuficiente que crea confusión. En efecto, «eterno» suscita en nosotros la idea de lo interminable, y eso nos da miedo; « vida » nos hace pensar en la vida que conocemos, que amamos y que no queremos perder, pero que a la vez es con frecuencia más fatiga que satisfacción, de modo que, mientras por un lado la deseamos, por otro no la queremos. Podemos solamente tratar de salir con nuestro pensamiento de la temporalidad a la que estamos sujetos y augurar de algún modo que la eternidad no sea un continuo sucederse de días del calendario, sino como el momento pleno de satisfacción, en el cual la totalidad nos abraza y nosotros abrazamos la totalidad. Sería el momento del sumergirse en el océano del amor infinito, en el cual el tempo –el antes y el después– ya no existe. Podemos únicamente tratar de pensar que este momento es la vida en sentido pleno, sumergirse siempre de nuevo en la inmensidad del ser, a la vez que estamos desbordados simplemente por la alegría. En el Evangelio de Juan, Jesús lo expresa así: « Volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará vuestra alegría » (16,22). Tenemos que pensar en esta línea si queremos entender el objetivo de la esperanza cristiana, qué es lo que esperamos de la fe, de nuestro ser con Cristo."

Así pues, la eternidad como pérdida del ser, como pérdida de la alegría, para mi es inconcebible.

Así que mi querido Benedicto XVI, espero que ya estés abrazando la totalidad, que esta te abrace a tí, que te sumerjas siempre de nuevo en la inmensidad del ser, y que estés desbordado, simplemente (así de sencillo, fácil y para toda la familia) por la alegría.